Pinto
Pinto era fiel, alegre y cariñoso. Siempre que
llegaba del trabajo me recibía con alegría sincera, moviendo su cola y dando
círculos alrededor, esperando algún bocadillo que llevara en mi bolso o una
caricia en tiempos de escasez económica. Lo tenía desde hacía 3 años, y me
acompañaba a todos lados, realmente sufría cuando lo dejaba en la casa para
irme al trabajo; es por esto, que me dolió tanto su partida, y me impactó sobre
manera la forma en que lo hizo…
Era una fría tarde de octubre, el sol comenzaba
a ocultarse y Pinto daba vueltas en el patio, persiguiendo algunas polillas que
empezaban a aparecer, atraídas por la luz de las lámparas del patio. Ese día
todo estaba preparado, mis primos llegarían en cuestión de minutos y las cervezas llevaban varias horas en el
refrigerador, comenzamos a sacar la parrilla y mi papá estaba alistando la soga
para colgar la piñata. Todo era alegría, nada podía marchar mejor… y entonces
sucedió…
Comenzó como un leve aullido de tristeza, venía
cabizbajo hacia el corredor, como si algo le doliera, pero al cabo de un par de
minutos, comenzó a llorar mas fuerte; se revolcaba en la acera donde se había
quedado, y de vez en cuando, se sacudía como si tuviera frío, intenté tocarlo,
pero me repelió enseguida, era como si no quisiera que me acercara, ahora
entiendo que solo quería protegerme.
Los minutos pasaron, y mientras papá buscaba en
la libreta el contacto del veterinario y mi hermana trataba de hacer arrancar
la vieja carcacha que tenía estacionada detrás de la casa, vino lo peor:
El pobre animal comenzó a proferir alaridos, a
poner sus ojos en blanco, y, acostado como estaba, movía sus patas como si
estuviese corriendo, aterrado, tratando de escapar de algo, de pronto solo se
detuvo. Traté de tocarlo nuevamente, y al hacerlo, noté que su cuerpo estaba
sumamente helado, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, y como si un aire
sumamente frío atravesara mi cuerpo. Me miró por unos segundos y lágrimas
salieron de sus ojos. Instintivamente lo abracé, tembló por algunos cuantos segundos
y sabiendo que su fin había llegado, expiró un último sollozo.
Esa misma noche lo enterramos. Mi papá canceló
la fiesta y toda la familia se reunió alrededor de la improvisada tumba en el
jardín trasero. Mientras mi mamá decía algunas palabras, sentí nuevamente ese
aire gélido en la espalda, y el terror se apoderó de mí. Comencé a temblar y
noté que todos me miraban con los rostros llenos de terror, volteé la mirada
lentamente y detrás de mi estaba esa sombra espantosa y sonriente que me tomó
con fuerza del brazo. Con mucho esfuerzo logré soltarme, no sin antes sentir un
inmenso dolor en mi brazo, como si me hubiese hecho un profundo corte, pero no
tenía ninguna herida en mi piel. Mientras corríamos la sombra reía y nos
perseguía velozmente, y cuando estaba a punto de alcanzarme, otra sombra le
saltó encima y desaparecieron en la oscuridad de la noche.
Las semanas siguientes a esos acontecimientos
continuaron ocurriendo cosas espantosas; gallinas destrozadas aparecían en el
patio cada mañana y la gota que derramó el vaso fue ver al gato del vecino
desollado en la misma acera donde había muerto mi amado perro, por lo que mi
papá decidió vender la casa al banco y mudarnos a un pueblo alejado de toda esa
pesadilla.
La vida aquí transcurrió con normalidad, hice
nuevos amigos y aún mantengo contacto con algunos de los viejos. Todo normal
hasta el día de hoy… ya hace unas horas sentí ese frío de nuevo, pero antes de
que pudiera si quiera moverme, la sensación desapareció por completo y una paz
llenó mi alma. Volteé hacia un viejo roble que hay en el patio de la casa del
frente y pude ver, en la oscuridad del
fondo de la propiedad, una sombra con la silueta como la de un enorme perro observándome
fijamente.
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