Todo por la presa
No
era la primera vez que discutían por este mismo tema. El irrumpir en sus
tierras para cazar animales silvestres era cosa de todos los meses, pero Julián
ya estaba harto de tener que devolverse con sus manos vacías siempre que
Jacinto le amenazaba con su maldita escopeta. Se retiró silenciosamente de la finca, fue a
su casa a preparar su venganza contra el guarda parques y esperó pacientemente
la noche.
Marcaban
las 10:47 p.m. cuando comenzó el desarrollo del perverso plan: colocó
cuidadosamente varias estacas en cada una de las puertas y ventanas de la vieja
choza de madera, para evitar que pudieran abrirse desde adentro, roció combustible
alrededor y acto seguido encendió un periódico. El fuego se propagó rápidamente;
para cuando Jacinto se enteró de lo que pasaba, todas las salidas estaban
selladas para impedir que escapara. Presa del pánico, corría hacia todas
direcciones lanzando gritos de auxilio, pero la única respuesta que obtuvo
fueron las carcajadas de Julián, que le animaba a seguir intentando escapar.
Pronto, los gritos de auxilio se convirtieron en alaridos de dolor, las llamas
comenzaron a acorralar a la víctima y el humo comenzó a expedir ese olor
característico de la carne quemada. Finalmente los gritos se apagaron y el
fuego continuó consumiendo la choza incansablemente.
Recogió su escopeta,
llamó a sus perros y se adentró en lo profundo del bosque en busca de sus tan
ansiadas presas. Llevaba suficientes provisiones para un par de días, esta vez,
por fin, daría caza a una enorme presa. Eran casi las 5:00 a.m. cuando sus
perros detectaron un rastro, sin dudarlo un segundo los liberó y corrió tras
ellos. Los perdió por un instante de vista, de pronto un golpe en seco y un
aullido le alertaron que algo andaba mal. Uno de sus canes pasó junto a sus
piernas como alma que lleva el diablo, el sonido de las ramas quebrándose y los
característicos gruñidos hicieron que corriera inmediatamente detrás de su
perro. Un grupo de cerdos de monte que arrasaba todo a su paso no tardó en
alcanzarlo, embistiéndolo, mordiéndolo y pisoteándolo. El infeliz cazador quedó
tendido en el suelo bastante malherido, con una de sus piernas rota y
sangrando. Se arrastró con gran dificultad hacia el tronco de un árbol, se
recostó trabajosamente y lamentó su suerte: sus suministros habían quedado
desperdigados y destruidos, con la pierna en ese estado sería imposible salir
de esa enramada jungla. Las horas continuaban y el herido cazador seguía recostado
al viejo tronco, su pierna continuaba sangrando y comenzaba a sentir hambre. Observó
con horror como un enorme jaguar se aproximaba a los restos de comida que
habían quedado esparcidos luego del ataque de los cerdos, intentó acomodarse pero
el terrible dolor le hizo gritar involuntariamente, llamando de inmediato la
atención del felino. Tomó con fuerza su escopeta y apuntó, el tiempo pareció
congelarse. Jaló con fuerza el gatillo, un fuerte estallido y un lamento
rompieron el silencio… había fallado… El jaguar se abalanzó ferozmente sobre el
desgraciado, mordiendo con fuerza su cráneo hasta que logró romperlo, perdió
toda reacción en su cuerpo, pero continuaba sintiendo. Con paciencia, el felino
comenzó a devorarlo, desgarrando sus músculos y derramando sus entrañas, el
cazado cazador no tuvo más remedio que quedarse ahí, en silencio, mientras
observaba con terror y tristeza como viajaban los trozos de su cuerpo hacia el
estómago del animal.
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