Amistad

Molly era una joven curiosa y reprimida. Había pasado la mayor parte de su adolescencia entre libros y estudios como medio de escape a los problemas que tenía su familia. Hija de un padre ausente y una madre alcohólica que había decidido suicidarse, se las había arreglado para vivir sola en la casa, sobreviviendo con el dinero del seguro que había dejado su madre -la única cosa que había hecho bien en la vida, solía decirse-. Su pasatiempo favorito consistía en leer todas las tardes algún que otro libro que conseguía de la biblioteca pública. Tenía solo una amiga: Arlen Gómez, quien vivía con su madre y su padrastro en una hermosa casa con una gran zona verde complementada con un hermoso paisaje; situada en los linderos del pueblo, un tanto alejada de los demás vecinos. Con ella compartía la afición por la lectura, aunque los gustos de Arlen eran un poco más escuetos y se dedicaba básicamente a leer novelas de príncipes, princesas, ogros y hadas. En ocasiones solía quedarse a dormir en su casa, donde podía pasar horas leyendo en la más profunda paz y tranquilidad.
Cierto día, revisando un libro de historia en la biblioteca, halló una página escrita a mano. Era un papel sucio y amarillento, doblado a modo de separador en el capítulo de platillos típicos de los aborígenes centroamericanos. Estaba escrito con lápiz, y aunque la letra estaba algo desgastada, aún era legible. Sintió curiosidad pero como tenía algo de prisa, lo metió en su bolsillo y colocó el libro de nuevo en su lugar. Caminó con apuro hacia su casa, pues debía llegar temprano y encerrarse en la seguridad de su cuarto antes de que cayera la noche, ya que el barrio donde vivía no tenía muy buena reputación cuando reinaba la oscuridad. Se colocó los audífonos, y acostada en su cama, continuó el libro comenzado del día anterior. Al cabo de unas horas, y una vez finalizada la novela, se recostó en su cama observando el ventilador y el adorno que colgaba del centro de este: un pequeño atrapasueños algo deshilachado que había confeccionado hacía un par de años en la clase de educación para el hogar. Nunca había creído mucho en talismanes o cosas similares, pero algo en este le transmitía cierta paz, ayudándole a conciliar el sueño cuando nada más lo había hecho. Le había obsequiado uno igual a su amiga Arlen, juntas lo habían colocado en el respaldar de la cama. Llevaba un par de años ahí colgado, y en ese par de años, nunca se les había ocurrido cambiar la piedra.
Sin tener mucho que hacer llevó la mano a sus bolsillos, y localizó en ellos el papel que había encontrado esa tarde. Sonrió con ternura mientras desdoblaba el papel para leer la receta. Tenía curiosidad sobre el sabor que podía tener aquel platillo y pensó que el modo de preparación, tomando en cuenta los rudimentarios utensilios que utilizaban en la época pre-colombina, debía ser bastante sencillo.
Leyó solo un par de líneas y de inmediato cayó en cuenta de que eso no era una receta de cocina como había pensado. Era una lista de ingredientes sí, pero hasta el más ignorante cocinero se daría cuenta que 40grs de brea nunca darían buen sabor a alguna receta comestible. La lista continuaba con 25grs de tierra de cementerio, tres cabellos del invocador (con raíz), una rama de eneldo, ocho moras silvestres y algunos otros ingredientes fácilmente encontrados en cualquier cocina. La mezcla debía realizarse en un contenedor de cobre y recitar el conjuro escrito en el reverso de la hoja. La nota no ponía más detalles, ni la hora a la que debía realizarse el conjuro ni el motivo o utilidad del mismo, después de todo solo era una amarillenta hoja encontrada en un viejo libro de historia junto a un compendio de recetas indígenas. Arrugó el viejo papel y lo lanzó hacia la papelera en la esquina de su cuarto. Cerró los ojos y rápidamente concilió el sueño.
******
Despertó con más energía que de costumbre, se vistió de prisa y caminó de prisa hacia el colegio. A la hora de almuerzo se encontró con Arlen y dedicaron el resto del recreo a contar sus historias de los últimos dos días. Notó a su amiga un poco retraída; la sonrisa que la caracterizaba se había apagado. Molly sabía que algo no andaba bien, pero su amiga se negaba a confesarlo.
Para el final de la tarde, después de mucha insistencia, Arlen le reveló que se sentía muy inquieta; pues desde hacía un par de días sentía que alguien le observaba mientras se bañaba y tenía serias sospechas sobre su padrastro. Desde un principio habían notado que el hombre la miraba raro y nunca les había generado confianza; razón por la cual siempre buscaba estar cerca de su madre, evitando a toda costa el quedarse a solas con el tipo.
Se despidió de Arlen no sin antes obligarla a prometer que llamaría de inmediato si algo pasaba; le dio un fuerte abrazo y se encaminó a la biblioteca para cambiar los libros leídos por unos nuevos. Volvió de prisa a su casa para comenzar una nueva lectura.
Eran casi las 5:00 p.m. Llevaba un par de horas disfrutando una novela cuando timbró el teléfono: Era la policía… había sucedido lo que tanto temían…
 Afortunadamente los paramédicos llegaron a tiempo para lograr llevar a la madre de Arlen al hospital.
Con valentía había tratado de defender a su hija y el miserable le había propinado dos puñaladas en el abdomen. La encontraron tirada en la sala de la casa, aún con el teléfono en su mano. Lograron estabilizarla pero estaba muy delicada, por lo que rápidamente fue subida a la ambulancia mientras los demás paramédicos examinaban a la otra víctima que yacía en un lote baldío cercano con la mirada perdida y en un completo estado de shock. Molly acompañó a Arlen mientras el forense realizaba los exámenes y al ser casi las 11:30 p.m. volvieron a casa. Sacaron un par de sábanas extra y ambas se acomodaron en el mismo cuarto para sentirse protegidas.
Con temor a que el infeliz apareciera de nuevo a terminar de arruinarles la vida lloraron abrazadas hasta quedarse dormidas.
*****
Llegó la mañana y con ella una nueva esperanza. Tan pronto Molly despertó llamó a la escuela para avisar que ese día faltarían. Narró a grandes rasgos por qué no asistirían y preparó el desayuno para sorprender a su amiga en la cama. Sabía que estaba en una situación muy difícil, era su deber apoyarla en todo lo estuviera a su alcance.
Desayunaron y luego llamaron al hospital para coordinar las horas de visita a la convaleciente madre. Con alegría les comunicaron que la peor parte ya había pasado y la señora estaba fuera de peligro. Se arreglaron y fueron al hospital a la hora acordada. Arlen entró primero. Madre e hija lloraron juntas por casi media hora. La afligida hija se encontraba ahora un poco más animada, razón por la cual decidieron pasar por su casa  a recoger ropa limpia y algunos cuadernos para la escuela.
Era un día soleado pero fresco. Una suave brisa jugaba con los cabellos de las jóvenes y cerca del lote baldío donde sucedió el ataque ya comenzaban a madurar los frutos de una mora silvestre. Arlen tomó fuerte la mano de su amiga al pasar frente al terreno. Ambas guardaron silencio y continuaron así hasta llegar a la casa de Molly.
Poco a poco las cosas volvían a la normalidad,  para la hora de la cena ambas jóvenes sonreían, logrando incluso gastarse algunas bromas. Terminaron de acomodar la cocina y se encerraron en el cuarto para hablar con mucha más confianza.
Mientras acomodaban las cosas y limpiaban un poco el desorden, Arlen dio con la vieja receta olvidada en la esquina. La desplegó con cuidado, leyó las líneas y sus curiosos ojos se iluminaron. La guardó disimuladamente en el bolsillo de su pantalón y continuó con las labores de limpieza.
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Jueves por la mañana y tocaba examen de matemáticas. Habían estudiado muy poco, por lo que sabían que las probabilidades de aprobarlo eran muy reducidas. Acordaron contestar lo que podían y salir lo más pronto posible para ir al hospital. Al ser las 11 de la mañana se encontraban frente a una señora Gómez que se recuperaba satisfactoriamente; los doctores esperaban darle de alta en menos de una semana.
Luego de salir del centro médico pasaron por la comisaría para conocer si progresaban las averiguaciones y la persecución del criminal, pero lo único que les dijeron fue que el caso seguía en investigación, que no habían podido dar con el violador; que las mantendrían informadas ante cualquier eventualidad y procuraran no caminar por lugares desolados…
Pasaron nuevamente a la casa de Arlen por suministros. Aún estaban seleccionando que ropa llevarse cuando un ruido en la cocina las alertó. Estaban completamente seguras de haber cerrado la puerta al entrar y en la casa no había mascotas, por lo que ese ruido solo podía significar la presencia de un extraño o algo mucho peor: que el desgraciado había regresado a la escena del crimen en busca de algo o alguien.
Con mucha cautela para no hacer ruido colocaron el seguro a la puerta del cuarto y marcaron el 911, con una voz muy baja solicitaron ayuda y se abrazaron en un rincón rogando porque nada malo les pasara.
En menos de cinco minutos la policía estaba tocando a la puerta, llamado que fue interrumpido por el sonido de cristales rotos provenientes de la cocina, seguido de una advertencia del policía y varias de detonaciones. Vieron con horror a través de la ventana como el policía arrastraba penosamente la pierna camino hacia la patrulla, en un intento desesperado por salvaguardarse mientras el padrastro de Arlen venía tras él; sosteniéndose el estómago y con un arma desenfundada que utilizó para acabar con la vida del desdichado oficial. Marcaron de prisa al 911  para narrar los hechos, pero justo en ese momento el tipo volteó hacia la ventana y sus miradas se encontraron. Con su mano izquierda cubriendo el estómago para detener el sangrado y la derecha apuntando el arma hacia las chicas, descargó lo que quedaba del magacín contra la pared del cuarto. Hizo el intento de ingresar nuevamente a la casa, pero el sonido de las sirenas le obligó a retirarse de la escena escapando por entre la maleza.
Fueron llevadas a la comisaría para tomar sus declaraciones y posteriormente fueron escoltadas a casa de Molly por un oficial. Se les brindo protección las 24 horas mientras la policía seguía revisando el perímetro en busca del fugitivo.
Cerca de la media noche por fin pudieron conciliar el sueño gracias a los calmantes.
***
El sonido del bullicio mañanero despertó a las cansadas jóvenes, que aún algo aturdidas por los medicamentos, no tenían demasiadas ganas de levantarse. El reloj marcaba las 9:50 y el teléfono que descansaba sobre la mesa de noche comenzó a timbrar. Era el jefe de la policía que las citaba a la comisaría. Al llegar al lugar les informaron que habían estado a punto de atrapar al fugitivo pero había logrado escaparse hiriendo de gravedad a otro de los oficiales. Habían perdido el rastro y lo único que sabían es que el tipo estaba herido en el estómago. La protección sobre las jóvenes se mantendría, por lo que desde ahora en adelante, a donde se dirigieran, debían de ir acompañadas por el oficial Ramírez: un tipo algo viejo, alto y con las piernas largas y flacas. Ambas chicas lo examinaron de abajo hacia arriba y se miraron sorprendidas, pues nunca habrían podido encontrar una descripción más acertada de una cara de idiota.
Volvieron a casa y encendieron la televisión. La foto del desgraciado aparecía en primer plano de las noticias. La presentadora solicitaba la colaboración de la audiencia para dar con el paradero, indicando que estaba armado y era peligroso, por lo que no debían tratar de detenerlo sino limitarse a informar de inmediato a las autoridades.
Arlen sujetó con fuerza el papel dentro de su bolsillo y solicitó a Ramírez que la acompañara a realizar algunas compras. Molly la miró estupefacta, no entendía porque su amiga había decidido de pronto salir de casa, intentó disuadirla pero no consiguió hacerla desistir, así que decidió que también la acompañaría.
La primera parada fue la ferretería, donde compró unos cuencos de cobre, una espátula y un frasco con brea. Luego a “La Casa de la Abuela”, una floristería local, donde consiguió la menta, el laurel y el eneldo. Molly ya comenzaba a sospechar las intenciones de su amiga y disimuladamente trataba de hacerla desistir, mientras el oficial algo impaciente presionaba la bocina del automóvil para apurar a las chicas.
Antes de volver a casa de Molly, Arlen pidió pasar a su casa a recoger algo que necesitaba. Ingresó al cuarto de su madre y sacó la navaja suiza que le había regalado a su padrastro para el cumpleaños. Corrió al lote baldío y recolectó las moras que ya habían madurado lo suficiente. Unos metros antes de llegar a la casa las esperaba Roberto, un antiguo novio de Arlen, con una  mirada de incertidumbre y un paquete en su mano.
Arlen le agradeció y se despidieron con un fuerte abrazo. Entraron calladas a la casa, se encerraron en el cuarto y una vez a solas, Molly continuó tratando de disuadirla.
El sol comenzaba a ocultarse por entre las montañas y uno a uno los ingredientes para el conjuro iban siendo colocados en el piso del cuarto mientras Molly seguía tratando desesperadamente que su amiga recapacitara. Arlen se detuvo un instante y con una mirada fría y un par de improperios le dio a elegir entre ayudarla o desaparecer del cuarto. Molly sintió miedo y mucha indignación al ver que estaba siendo expulsada de su propia habitación. Un ritual espiritista es lo que menos necesitaba en este momento, quería mucho a su amiga, pero no estaba dispuesta a permitir que ese tipo de cosas dentro de su casa. Bastante había leído para saber que jugar con lo oculto nunca traía buenas recompensas.
Con una mano giró la manecilla de la puerta y con la otra le indicó la salida a su amiga. Sorprendida y furiosa, Arlen recogió todos los ingredientes y salió de la casa lanzando otra ola de improperios. El oficial muy confundido trató de detenerla, pero ella, lanzándole un manotazo, hizo caso omiso a sus advertencias y continuó su camino dejando atrás al oficial Ramírez quien sostenía su nariz con ambas manos tratando de detener el sangrado.
Molly se quedó en casa muy decepcionada de su amiga  mientras Ramírez corría tras Arlen tan rápido como sus piernas se lo permitían; con una vieja linterna en su mano y un par de algodones saliendo de sus fosas nasales.
Unas cuantas zancadas más y logró alcanzarla casi llegando a su casa. La acompañó el final del trayecto y una vez posicionado, cuan inmaculado en la puerta, llamó a su jefatura a reportar el cambio de domicilio y solicitar un nuevo refuerzo para el oficial que custodiaba la casa de Molly. Colgó el teléfono mientras los gritos de su jefe aún podían escucharse, Arlen ya estaba instalada en su cuarto con las puertas aseguradas para evitar más interrupciones y los ingredientes distribuidos a lo largo de su cama. Miró hacia el respaldar el amuleto que le había dado su amiga y lo desprendió de un furioso tirón destruyéndolo. Las cuentas se esparcieron por el piso y aún molesta, lanzó lo que quedaba por la ventana y la cerró.
Abrió cuidadosamente el paquete que le había entregado Roberto y vertió una tercera parte de la tierra de cementerio que contenía dentro del recipiente. Machacó las plantas junto con sus cabellos y la brea y los revolvió con la espátula, colocó la navaja y vertió el restante de tierra hasta cubrirla. Comenzó a recitar los versos una y otra vez durante poco más de media hora, pero nada parecía ocurrir. Comenzaba a decepcionarse cuando sintió que la temperatura del cuarto comenzó a descender y el recipiente en sus manos comenzaba a arder. Pronto no lo pudo sostener más y lo soltó, esparciendo su contenido sobre el suelo.
Una ráfaga de viento impactó contra la ventana y rompió los cristales provocándole algunas heridas en el rostro. El amasijo se había mezclado con las cuentas del atrapasueños y la piedra del atrapasueños que nunca se le ocurrió cambiar; cargada con energía negativa que se había acumulado en la casa a lo largo de los meses. Ahora, piedra, ingredientes y algunas gotas de sangre de las heridas se habían combinado y extrañas voces inundaban el cuarto mientras el viento se hacía cada vez más fuerte y revolvía todo a su paso. Las voces aumentaron la intensidad hasta casi dejarla sorda, y de pronto solo se callaron.
Como si se encontrase en el ojo de un huracán, las cosas de la habitación flotaban en calma, ignorando por completo la ley de la gravitación y un ente extraño y deforme apareció.
Ambos permanecieron en silencio por unos segundos mirándose fijamente hasta que finalmente uno de los dos habló:
-¿Cuál es el deseo de tu corazón?- Preguntó el ente.
-Venganza- Replicó la joven sin dudarlo.
-Hmm…Un contrato de ese tipo tiene un alto precio. ¿Qué tanto estás dispuesta a pagar por esa…venganza?- Preguntó el sujeto.
Pasaron unos segundos de total silencio. Arlen dudaba en su respuesta, y el ente permanecía inmóvil y callado, solamente aguardando. Comenzó a recordar cada minuto de sufrimiento a manos de ese degenerado, cómo había arruinado su vida y como por poco le arrebató a su madre. Cómo había puesto sus asquerosas manos sobre ella y como le había abusado sin importarle las súplicas ni el dolor que le estaba provocando. Recordó cada segundo bajo ese enorme y repulsivo cuerpo jadeante que le sostenía las manos y le abofeteaba cada vez con más fuerza cuando trataba de cerrar sus piernas. Se sintió sucia y desdichada; una gran ira se apoderó de ella y sin pensarlo un segundo más exclamó:
-Te daré todo lo que quieras, solo quiero que sufra. Quiero hacerlo sufrir antes de asesinarlo –
Una gran sonrisa se dibujó en el retorcido rostro de esa cosa, y con la misma violencia con que había entrado salió de la habitación rumbo al oeste, dejando tras de sí la habitación totalmente revuelta y una estela de árboles cercenados.
Cerca de la media noche el vendaval volvió, trayendo consigo al infeliz maniatado. Le faltaban secciones de piel, probablemente por la fricción del aire del remolino en el que era transportado; quedó tirado en el piso inconsciente ante la atónita mirada de Arlen, quien enseguida corrió a la cocina en busca de instrumentos para comenzar con su venganza.
**
12:05 a.m. La hoja del cuchillo destellaba por efecto de la luz de la luna, dándole un aire casi romántico a la macabra escena. Sobre el suelo yacía el imputado, aún inconsciente e ignorante del juicio que se avecinaba, donde la víctima haría de juez y parte, y donde al igual que el día de los hechos, las súplicas no serían escuchadas.
Media cubeta de agua fría con algunos fragmentos de hielo fueron suficientes para despertarle, pero uno de sus calcetines, roto y sucio, silenciaba el grito de sorpresa que intentó exhalar. Frente a él, Arlen sonreía con satisfacción, sosteniendo el cuchillo de frente con la hoja hacia arriba, cubriéndole la mitad del rostro. La poca luz que imperaba, y el ángulo en que se encontraba, hacían el acto mucho más sombrío, llenando de terror  el corazón del infeliz. Tragó saliva y reuniendo todo el valor que le quedaba trató de incorporarse, pero una fuerte patada en su entrepierna le detuvo en el acto, y el ahogado grito murió de nuevo entre las fibras del sucio calcetín.
Maldijo su suerte, maldijo a su captora, y se maldijo una y mil veces por no haberla matado cuando las circunstancias se presentaron; pero ya poco podía hacer. Viendo la situación que se presentaba, no le restaba más que resignarse y rogar por una anticipada muerte, con el menor dolor posible, aunque tenía muy claro que Arlen no le iban a dejar morir tan fácilmente.
La hoja del cuchillo se acercaba lentamente, y la víctima se arrastraba hacia el rincón buscando protección. Pronto chocó su espalda contra la pared y al verse acorralado comenzó a forcejear para liberarse, pero era completamente inútil; quien lo había amarrado sabía muy bien lo que hacía y solo conseguía lastimarse. Al verse completamente imposibilitado, comenzó a llorar amargamente.
Arlen sonrió mientras continuaba acercándose a su víctima. Su corazón latía con fuerza y nunca se había sentido con más vitalidad. La adrenalina recorría cada centímetro de su cuerpo y en un éxtasis total clavó la punta del cuchillo en la pantorrilla del desgraciado que se retorcía con violencia. El corte no fue limpio, debido al forcejeo del degenerado el cuchillo resbaló y terminó por desgarrarle la pierna. Carne y músculo colgaban mientras la sangre corría por el piso de la habitación, el infeliz se retorcía como un gusano salpicando todo, y al verse otra vez impregnada por los fluidos de su padrastro se llenó de asco y clavó una y otra vez el cuchillo en las ahora destrozadas piernas. Pronto el dolor era tan grande que le impedía al desgraciado moverse y aprovechando esto Arlen posó su pierna izquierda sobre el estómago de su padrastro, apoyó ambas manos en el mango del cuchillo y con fuerza lo hundió en la entrepierna hasta que la punta se incrustó en la madera; tomó una de las tablas de su cama y golpeó hasta que el mango del cuchillo se partió. Su víctima estaba a punto del colapso y perdía una cantidad considerable de sangre. Se decepcionó mucho al darse cuenta que se le había pasado la mano y no iba a poder disfrutar mucho más de su venganza, así que roció un frasco de alcohol en la última herida provocada, y al observar que la víctima ya no podía quejarse ni intentaba defenderse,  vació el contenido restante del frasco de brea en la ropa de su padrastro y acto seguido le prendió fuego.
La llama tomó fuerza con gran voracidad mientras la habitación se iluminaba. El desgraciado se retorció de dolor y grito por unos segundos con sus últimas fuerzas. Arlen comenzó a apilar todo lo que pudiera incendiarse para alimentar la hoguera. Cuando las flamas habían alcanzado furor suficiente, cerró tras de sí la puerta abandonando su antigua morada junto con el inmundo cadáver y sus dolorosos recuerdos.
Caminó hasta el final de la cuadra, llegó al lote baldío, saltó con agilidad la cerca y continuó su camino en línea recta perdiéndose en la espesura del bosque hasta donde el misterioso ente la esperaba impaciente.
*
Las horas seguían pasando y Molly aún no lograba conciliar el sueño. Llevaba algunas horas intentando dormir, se sentía exhausta, pero no lo lograba. Había tomado algunos calmantes, daba vueltas y vueltas en la cama, trataba de leer para despejarse, pero nada le estaba ayudando. Sabía que su amiga estaba allá afuera, en alguna parte, que posiblemente tenía miedo y frío y se sentía demasiado culpable por haberla dejado sola cuando más lo necesitaba. Cada cierto tiempo miraba por su ventana, esperando que su querida amiga apareciera en la puerta.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Observó el reloj en la mesa de noche. 3:05 a.m. Cerró los ojos de nuevo y el escalofrío volvió a recorrerle. Miró por su ventana y allí estaba ella. Quiso correr a abrirle y abrazarle, pero un impulso intuitivo la detuvo. La observó de nuevo detenidamente y entonces entendió el motivo de aquel horrible escalofrío: aunque su amiga se encontraba situada frente a su acera, sus pies estaban algunos centímetros sobre el nivel del suelo. Las luces comenzaron a parpadear y Molly, totalmente aterrada tomó el teléfono para pedir ayuda, observó nuevamente por la ventana y su amiga había desaparecido, suspiró con alivio pensando que el cansancio le estaba afectando, volteó hacia su cama y quedó petrificada al encontrar a Arlen en frente, dentro de su habitación aun cuando todas las puertas permanecían cerradas. Seguía separada del suelo, con su cabeza inclinada ligeramente hacia la izquierda y los ojos totalmente negros. La ropa estaba rota y sucia y su piel muy lastimada.
Aterrada, trató de marcar a emergencias y observó que la pantalla de su móvil parpadeaba y no respondía. Sintió una gran presión en el pecho que la asfixiaba mientras la atmósfera del cuarto se tornaba densa y depresiva. Arlen se lanzó sobre ella y fácilmente la dominó atándola a la cama. Molly trataba de gritar, pero su voz no respondía. Algunas veces había experimentado algo similar durante una parálisis del sueño, pero nunca tan intenso.
Las luces de la habitación disminuyeron de pronto, y luego la intensidad de las mismas aumentó hasta hacerlas estallar; el aire comenzaba a circular levantando todo a su paso, y en medio del repentino vendaval se encontraba Molly, atada a su cama, y sobre ella Arlen, sosteniendo un afilado cuchillo mientras repetía las oraciones escritas en el papel que había encontrado en la biblioteca.

El tiempo pareció detenerse por un instante. Observó con impotencia a su amiga sobre ella, dirigiendo la punta del cuchillo hacia su pecho. Recordaba todos los momentos que vivieron juntas. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras el arma continuaba lentamente la ruta hacia su cuerpo. Volvió su mirada hacia el rostro de su amiga y notó que esta también lloraba, y detrás de ellas, el extraño ente, descosiéndose a carcajadas y burlándose de ellas. En un instante el tiempo tomó de nuevo su curso y sintió de golpe el filo del metal atravesar sus entrañas. Cuando Arlen sacó el cuchillo, este no estaba manchado con sangre, y aunque el dolor era insoportable, no parecía haberla cortado… pronto comprendió con horror que a través de la herida no emanaba sangre, sino su alma. Trató de aferrarse inútilmente a su cuerpo, pero la fuerza que tiraba de ella era mucho más poderosa. Conforme el ente la arrastraba al Inframundo a través un espejo, pudo ver un policía disparar a su atacante mientras el alma de Arlen se apoderaba de su cuerpo. Entendió con gran tristeza que su amiga había modificado el pacto con el ente y la había sacrificado por unos años más de existencia.

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