Amistad
Molly
era una joven curiosa y reprimida. Había pasado la mayor parte de su
adolescencia entre libros y estudios como medio de escape a los problemas que
tenía su familia. Hija de un padre ausente y una madre alcohólica que había
decidido suicidarse, se las había arreglado para vivir sola en la casa, sobreviviendo
con el dinero del seguro que había dejado su madre -la única cosa que había
hecho bien en la vida, solía decirse-. Su pasatiempo favorito consistía en leer
todas las tardes algún que otro libro que conseguía de la biblioteca pública.
Tenía solo una amiga: Arlen Gómez, quien vivía con su madre y su padrastro en
una hermosa casa con una gran zona verde complementada con un hermoso paisaje;
situada en los linderos del pueblo, un tanto alejada de los demás vecinos. Con
ella compartía la afición por la lectura, aunque los gustos de Arlen eran un
poco más escuetos y se dedicaba básicamente a leer novelas de príncipes,
princesas, ogros y hadas. En ocasiones solía quedarse a dormir en su casa,
donde podía pasar horas leyendo en la más profunda paz y tranquilidad.
Cierto
día, revisando un libro de historia en la biblioteca, halló una página escrita
a mano. Era un papel sucio y amarillento, doblado a modo de separador en el
capítulo de platillos típicos de los aborígenes centroamericanos. Estaba
escrito con lápiz, y aunque la letra estaba algo desgastada, aún era legible.
Sintió curiosidad pero como tenía algo de prisa, lo metió en su bolsillo y
colocó el libro de nuevo en su lugar. Caminó con apuro hacia su casa, pues
debía llegar temprano y encerrarse en la seguridad de su cuarto antes de que
cayera la noche, ya que el barrio donde vivía no tenía muy buena reputación
cuando reinaba la oscuridad. Se colocó los audífonos, y acostada en su cama,
continuó el libro comenzado del día anterior. Al cabo de unas horas, y una vez
finalizada la novela, se recostó en su cama observando el ventilador y el
adorno que colgaba del centro de este: un pequeño atrapasueños algo
deshilachado que había confeccionado hacía un par de años en la clase de
educación para el hogar. Nunca había creído mucho en talismanes o cosas
similares, pero algo en este le transmitía cierta paz, ayudándole a conciliar
el sueño cuando nada más lo había hecho. Le había obsequiado uno igual a su
amiga Arlen, juntas lo habían colocado en el respaldar de la cama. Llevaba un
par de años ahí colgado, y en ese par de años, nunca se les había ocurrido
cambiar la piedra.
Sin
tener mucho que hacer llevó la mano a sus bolsillos, y localizó en ellos el
papel que había encontrado esa tarde. Sonrió con ternura mientras desdoblaba el
papel para leer la receta. Tenía curiosidad sobre el sabor que podía tener
aquel platillo y pensó que el modo de preparación, tomando en cuenta los
rudimentarios utensilios que utilizaban en la época pre-colombina, debía ser
bastante sencillo.
Leyó
solo un par de líneas y de inmediato cayó en cuenta de que eso no era una
receta de cocina como había pensado. Era una lista de ingredientes sí, pero
hasta el más ignorante cocinero se daría cuenta que 40grs de brea nunca darían
buen sabor a alguna receta comestible. La lista continuaba con 25grs de tierra
de cementerio, tres cabellos del invocador (con raíz), una rama de eneldo, ocho
moras silvestres y algunos otros ingredientes fácilmente encontrados en
cualquier cocina. La mezcla debía realizarse en un contenedor de cobre y recitar
el conjuro escrito en el reverso de la hoja. La nota no ponía más detalles, ni
la hora a la que debía realizarse el conjuro ni el motivo o utilidad del mismo,
después de todo solo era una amarillenta hoja encontrada en un viejo libro de
historia junto a un compendio de recetas indígenas. Arrugó el viejo papel y lo
lanzó hacia la papelera en la esquina de su cuarto. Cerró los ojos y
rápidamente concilió el sueño.
******
Despertó
con más energía que de costumbre, se vistió de prisa y caminó de prisa hacia el
colegio. A la hora de almuerzo se encontró con Arlen y dedicaron el resto del
recreo a contar sus historias de los últimos dos días. Notó a su amiga un poco
retraída; la sonrisa que la caracterizaba se había apagado. Molly sabía que
algo no andaba bien, pero su amiga se negaba a confesarlo.
Para
el final de la tarde, después de mucha insistencia, Arlen le reveló que se
sentía muy inquieta; pues desde hacía un par de días sentía que alguien le
observaba mientras se bañaba y tenía serias sospechas sobre su padrastro. Desde
un principio habían notado que el hombre la miraba raro y nunca les había
generado confianza; razón por la cual siempre buscaba estar cerca de su madre, evitando
a toda costa el quedarse a solas con el tipo.
Se
despidió de Arlen no sin antes obligarla a prometer que llamaría de inmediato
si algo pasaba; le dio un fuerte abrazo y se encaminó a la biblioteca para cambiar
los libros leídos por unos nuevos. Volvió de prisa a su casa para comenzar una
nueva lectura.
Eran
casi las 5:00 p.m. Llevaba un par de horas disfrutando una novela cuando timbró
el teléfono: Era la policía… había sucedido lo que tanto temían…
Afortunadamente los paramédicos llegaron a
tiempo para lograr llevar a la madre de Arlen al hospital.
Con
valentía había tratado de defender a su hija y el miserable le había propinado
dos puñaladas en el abdomen. La encontraron tirada en la sala de la casa, aún
con el teléfono en su mano. Lograron estabilizarla pero estaba muy delicada,
por lo que rápidamente fue subida a la ambulancia mientras los demás
paramédicos examinaban a la otra víctima que yacía en un lote baldío cercano
con la mirada perdida y en un completo estado de shock. Molly acompañó a Arlen mientras el forense realizaba los
exámenes y al ser casi las 11:30 p.m. volvieron a casa. Sacaron un par de
sábanas extra y ambas se acomodaron en el mismo cuarto para sentirse
protegidas.
Con
temor a que el infeliz apareciera de nuevo a terminar de arruinarles la vida
lloraron abrazadas hasta quedarse dormidas.
*****
Llegó
la mañana y con ella una nueva esperanza. Tan pronto Molly despertó llamó a la
escuela para avisar que ese día faltarían. Narró a grandes rasgos por qué no
asistirían y preparó el desayuno para sorprender a su amiga en la cama. Sabía
que estaba en una situación muy difícil, era su deber apoyarla en todo lo estuviera
a su alcance.
Desayunaron
y luego llamaron al hospital para coordinar las horas de visita a la
convaleciente madre. Con alegría les comunicaron que la peor parte ya había
pasado y la señora estaba fuera de peligro. Se arreglaron y fueron al hospital
a la hora acordada. Arlen entró primero. Madre e hija lloraron juntas por casi
media hora. La afligida hija se encontraba ahora un poco más animada, razón por
la cual decidieron pasar por su casa a
recoger ropa limpia y algunos cuadernos para la escuela.
Era
un día soleado pero fresco. Una suave brisa jugaba con los cabellos de las
jóvenes y cerca del lote baldío donde sucedió el ataque ya comenzaban a madurar
los frutos de una mora silvestre. Arlen tomó fuerte la mano de su amiga al
pasar frente al terreno. Ambas guardaron silencio y continuaron así hasta
llegar a la casa de Molly.
Poco
a poco las cosas volvían a la normalidad, para la hora de la cena ambas jóvenes sonreían,
logrando incluso gastarse algunas bromas. Terminaron de acomodar la cocina y se
encerraron en el cuarto para hablar con mucha más confianza.
Mientras
acomodaban las cosas y limpiaban un poco el desorden, Arlen dio con la vieja
receta olvidada en la esquina. La desplegó con cuidado, leyó las líneas y sus
curiosos ojos se iluminaron. La guardó disimuladamente en el bolsillo de su
pantalón y continuó con las labores de limpieza.
****
Jueves
por la mañana y tocaba examen de matemáticas. Habían estudiado muy poco, por lo
que sabían que las probabilidades de aprobarlo eran muy reducidas. Acordaron
contestar lo que podían y salir lo más pronto posible para ir al hospital. Al
ser las 11 de la mañana se encontraban frente a una señora Gómez que se
recuperaba satisfactoriamente; los doctores esperaban darle de alta en menos de
una semana.
Luego
de salir del centro médico pasaron por la comisaría para conocer si progresaban
las averiguaciones y la persecución del criminal, pero lo único que les dijeron
fue que el caso seguía en investigación, que no habían podido dar con el
violador; que las mantendrían informadas ante cualquier eventualidad y
procuraran no caminar por lugares desolados…
Pasaron
nuevamente a la casa de Arlen por suministros. Aún estaban seleccionando que
ropa llevarse cuando un ruido en la cocina las alertó. Estaban completamente
seguras de haber cerrado la puerta al entrar y en la casa no había mascotas,
por lo que ese ruido solo podía significar la presencia de un extraño o algo
mucho peor: que el desgraciado había regresado a la escena del crimen en busca
de algo o alguien.
Con
mucha cautela para no hacer ruido colocaron el seguro a la puerta del cuarto y
marcaron el 911, con una voz muy baja solicitaron ayuda y se abrazaron en un
rincón rogando porque nada malo les pasara.
En
menos de cinco minutos la policía estaba tocando a la puerta, llamado que fue
interrumpido por el sonido de cristales rotos provenientes de la cocina,
seguido de una advertencia del policía y varias de detonaciones. Vieron con
horror a través de la ventana como el policía arrastraba penosamente la pierna
camino hacia la patrulla, en un intento desesperado por salvaguardarse mientras
el padrastro de Arlen venía tras él; sosteniéndose el estómago y con un arma
desenfundada que utilizó para acabar con la vida del desdichado oficial.
Marcaron de prisa al 911 para narrar los
hechos, pero justo en ese momento el tipo volteó hacia la ventana y sus miradas
se encontraron. Con su mano izquierda cubriendo el estómago para detener el
sangrado y la derecha apuntando el arma hacia las chicas, descargó lo que
quedaba del magacín contra la pared del cuarto. Hizo el intento de ingresar
nuevamente a la casa, pero el sonido de las sirenas le obligó a retirarse de la
escena escapando por entre la maleza.
Fueron
llevadas a la comisaría para tomar sus declaraciones y posteriormente fueron
escoltadas a casa de Molly por un oficial. Se les brindo protección las 24
horas mientras la policía seguía revisando el perímetro en busca del fugitivo.
Cerca
de la media noche por fin pudieron conciliar el sueño gracias a los calmantes.
***
El
sonido del bullicio mañanero despertó a las cansadas jóvenes, que aún algo
aturdidas por los medicamentos, no tenían demasiadas ganas de levantarse. El
reloj marcaba las 9:50 y el teléfono que descansaba sobre la mesa de noche comenzó
a timbrar. Era el jefe de la policía que las citaba a la comisaría. Al llegar
al lugar les informaron que habían estado a punto de atrapar al fugitivo pero
había logrado escaparse hiriendo de gravedad a otro de los oficiales. Habían
perdido el rastro y lo único que sabían es que el tipo estaba herido en el
estómago. La protección sobre las jóvenes se mantendría, por lo que desde ahora
en adelante, a donde se dirigieran, debían de ir acompañadas por el oficial
Ramírez: un tipo algo viejo, alto y con las piernas largas y flacas. Ambas
chicas lo examinaron de abajo hacia arriba y se miraron sorprendidas, pues
nunca habrían podido encontrar una descripción más acertada de una cara de
idiota.
Volvieron
a casa y encendieron la televisión. La foto del desgraciado aparecía en primer
plano de las noticias. La presentadora solicitaba la colaboración de la
audiencia para dar con el paradero, indicando que estaba armado y era
peligroso, por lo que no debían tratar de detenerlo sino limitarse a informar
de inmediato a las autoridades.
Arlen
sujetó con fuerza el papel dentro de su bolsillo y solicitó a Ramírez que la
acompañara a realizar algunas compras. Molly la miró estupefacta, no entendía
porque su amiga había decidido de pronto salir de casa, intentó disuadirla pero
no consiguió hacerla desistir, así que decidió que también la acompañaría.
La
primera parada fue la ferretería, donde compró unos cuencos de cobre, una
espátula y un frasco con brea. Luego a “La
Casa de la Abuela”, una floristería local, donde consiguió la menta, el laurel y el eneldo. Molly ya
comenzaba a sospechar las intenciones de su amiga y disimuladamente trataba de
hacerla desistir, mientras el oficial algo impaciente presionaba la bocina del
automóvil para apurar a las chicas.
Antes
de volver a casa de Molly, Arlen pidió pasar a su casa a recoger algo que
necesitaba. Ingresó al cuarto de su madre y sacó la navaja suiza que le había
regalado a su padrastro para el cumpleaños. Corrió al lote baldío y recolectó
las moras que ya habían madurado lo suficiente. Unos metros antes de llegar a
la casa las esperaba Roberto, un antiguo novio de Arlen, con una mirada de incertidumbre y un paquete en su
mano.
Arlen
le agradeció y se despidieron con un fuerte abrazo. Entraron calladas a la
casa, se encerraron en el cuarto y una vez a solas, Molly continuó tratando de
disuadirla.
El
sol comenzaba a ocultarse por entre las montañas y uno a uno los ingredientes
para el conjuro iban siendo colocados en el piso del cuarto mientras Molly
seguía tratando desesperadamente que su amiga recapacitara. Arlen se detuvo un
instante y con una mirada fría y un par de improperios le dio a elegir entre
ayudarla o desaparecer del cuarto. Molly sintió miedo y mucha indignación al
ver que estaba siendo expulsada de su propia habitación. Un ritual espiritista
es lo que menos necesitaba en este momento, quería mucho a su amiga, pero no
estaba dispuesta a permitir que ese tipo de cosas dentro de su casa. Bastante
había leído para saber que jugar con lo oculto nunca traía buenas recompensas.
Con
una mano giró la manecilla de la puerta y con la otra le indicó la salida a su
amiga. Sorprendida y furiosa, Arlen recogió todos los ingredientes y salió de
la casa lanzando otra ola de improperios. El oficial muy confundido trató de
detenerla, pero ella, lanzándole un manotazo, hizo caso omiso a sus
advertencias y continuó su camino dejando atrás al oficial Ramírez quien
sostenía su nariz con ambas manos tratando de detener el sangrado.
Molly
se quedó en casa muy decepcionada de su amiga
mientras Ramírez corría tras Arlen tan rápido como sus piernas se lo
permitían; con una vieja linterna en su mano y un par de algodones saliendo de
sus fosas nasales.
Unas
cuantas zancadas más y logró alcanzarla casi llegando a su casa. La acompañó el
final del trayecto y una vez posicionado, cuan inmaculado en la puerta, llamó a
su jefatura a reportar el cambio de domicilio y solicitar un nuevo refuerzo
para el oficial que custodiaba la casa de Molly. Colgó el teléfono mientras los
gritos de su jefe aún podían escucharse, Arlen ya estaba instalada en su cuarto
con las puertas aseguradas para evitar más interrupciones y los ingredientes
distribuidos a lo largo de su cama. Miró hacia el respaldar el amuleto que le
había dado su amiga y lo desprendió de un furioso tirón destruyéndolo. Las
cuentas se esparcieron por el piso y aún molesta, lanzó lo que quedaba por la
ventana y la cerró.
Abrió
cuidadosamente el paquete que le había entregado Roberto y vertió una tercera
parte de la tierra de cementerio que contenía dentro del recipiente. Machacó
las plantas junto con sus cabellos y la brea y los revolvió con la espátula,
colocó la navaja y vertió el restante de tierra hasta cubrirla. Comenzó a
recitar los versos una y otra vez durante poco más de media hora, pero nada
parecía ocurrir. Comenzaba a decepcionarse cuando sintió que la temperatura del
cuarto comenzó a descender y el recipiente en sus manos comenzaba a arder.
Pronto no lo pudo sostener más y lo soltó, esparciendo su contenido sobre el
suelo.
Una
ráfaga de viento impactó contra la ventana y rompió los cristales provocándole
algunas heridas en el rostro. El amasijo se había mezclado con las cuentas del
atrapasueños y la piedra del atrapasueños que nunca se le ocurrió cambiar; cargada
con energía negativa que se había acumulado en la casa a lo largo de los meses.
Ahora, piedra, ingredientes y algunas gotas de sangre de las heridas se habían
combinado y extrañas voces inundaban el cuarto mientras el viento se hacía cada
vez más fuerte y revolvía todo a su paso. Las voces aumentaron la intensidad
hasta casi dejarla sorda, y de pronto solo se callaron.
Como
si se encontrase en el ojo de un huracán, las cosas de la habitación flotaban
en calma, ignorando por completo la ley de la gravitación y un ente extraño y
deforme apareció.
Ambos
permanecieron en silencio por unos segundos mirándose fijamente hasta que
finalmente uno de los dos habló:
-¿Cuál es el deseo de tu
corazón?- Preguntó el ente.
-Venganza- Replicó
la joven sin dudarlo.
-Hmm…Un contrato de ese
tipo tiene un alto precio. ¿Qué tanto estás dispuesta a pagar por
esa…venganza?- Preguntó el sujeto.
Pasaron
unos segundos de total silencio. Arlen dudaba en su respuesta, y el ente
permanecía inmóvil y callado, solamente aguardando. Comenzó a recordar cada
minuto de sufrimiento a manos de ese degenerado, cómo había arruinado su vida y
como por poco le arrebató a su madre. Cómo había puesto sus asquerosas manos
sobre ella y como le había abusado sin importarle las súplicas ni el dolor que
le estaba provocando. Recordó cada segundo bajo ese enorme y repulsivo cuerpo
jadeante que le sostenía las manos y le abofeteaba cada vez con más fuerza
cuando trataba de cerrar sus piernas. Se sintió sucia y desdichada; una gran
ira se apoderó de ella y sin pensarlo un segundo más exclamó:
-Te daré todo lo que
quieras, solo quiero que sufra. Quiero hacerlo sufrir antes de asesinarlo –
Una
gran sonrisa se dibujó en el retorcido rostro de esa cosa, y con la misma
violencia con que había entrado salió de la habitación rumbo al oeste, dejando
tras de sí la habitación totalmente revuelta y una estela de árboles cercenados.
Cerca
de la media noche el vendaval volvió, trayendo consigo al infeliz maniatado. Le
faltaban secciones de piel, probablemente por la fricción del aire del remolino
en el que era transportado; quedó tirado en el piso inconsciente ante la
atónita mirada de Arlen, quien enseguida corrió a la cocina en busca de
instrumentos para comenzar con su venganza.
**
12:05
a.m. La hoja del cuchillo destellaba por efecto de la luz de la luna, dándole
un aire casi romántico a la macabra escena. Sobre el suelo yacía el imputado,
aún inconsciente e ignorante del juicio que se avecinaba, donde la víctima
haría de juez y parte, y donde al igual que el día de los hechos, las súplicas
no serían escuchadas.
Media
cubeta de agua fría con algunos fragmentos de hielo fueron suficientes para
despertarle, pero uno de sus calcetines, roto y sucio, silenciaba el grito de
sorpresa que intentó exhalar. Frente a él, Arlen sonreía con satisfacción,
sosteniendo el cuchillo de frente con la hoja hacia arriba, cubriéndole la
mitad del rostro. La poca luz que imperaba, y el ángulo en que se encontraba,
hacían el acto mucho más sombrío, llenando de terror el corazón del infeliz. Tragó saliva y
reuniendo todo el valor que le quedaba trató de incorporarse, pero una fuerte
patada en su entrepierna le detuvo en el acto, y el ahogado grito murió de
nuevo entre las fibras del sucio calcetín.
Maldijo
su suerte, maldijo a su captora, y se maldijo una y mil veces por no haberla
matado cuando las circunstancias se presentaron; pero ya poco podía hacer.
Viendo la situación que se presentaba, no le restaba más que resignarse y rogar
por una anticipada muerte, con el menor dolor posible, aunque tenía muy claro
que Arlen no le iban a dejar morir tan fácilmente.
La
hoja del cuchillo se acercaba lentamente, y la víctima se arrastraba hacia el
rincón buscando protección. Pronto chocó su espalda contra la pared y al verse
acorralado comenzó a forcejear para liberarse, pero era completamente inútil;
quien lo había amarrado sabía muy bien lo que hacía y solo conseguía
lastimarse. Al verse completamente imposibilitado, comenzó a llorar
amargamente.
Arlen
sonrió mientras continuaba acercándose a su víctima. Su corazón latía con
fuerza y nunca se había sentido con más vitalidad. La adrenalina recorría cada
centímetro de su cuerpo y en un éxtasis total clavó la punta del cuchillo en la
pantorrilla del desgraciado que se retorcía con violencia. El corte no fue
limpio, debido al forcejeo del degenerado el cuchillo resbaló y terminó por
desgarrarle la pierna. Carne y músculo colgaban mientras la sangre corría por
el piso de la habitación, el infeliz se retorcía como un gusano salpicando todo,
y al verse otra vez impregnada por los fluidos de su padrastro se llenó de asco
y clavó una y otra vez el cuchillo en las ahora destrozadas piernas. Pronto el
dolor era tan grande que le impedía al desgraciado moverse y aprovechando esto
Arlen posó su pierna izquierda sobre el estómago de su padrastro, apoyó ambas
manos en el mango del cuchillo y con fuerza lo hundió en la entrepierna hasta
que la punta se incrustó en la madera; tomó una de las tablas de su cama y
golpeó hasta que el mango del cuchillo se partió. Su víctima estaba a punto del
colapso y perdía una cantidad considerable de sangre. Se decepcionó mucho al
darse cuenta que se le había pasado la mano y no iba a poder disfrutar mucho
más de su venganza, así que roció un frasco de alcohol en la última herida
provocada, y al observar que la víctima ya no podía quejarse ni intentaba
defenderse, vació el contenido restante
del frasco de brea en la ropa de su padrastro y acto seguido le prendió fuego.
La
llama tomó fuerza con gran voracidad mientras la habitación se iluminaba. El
desgraciado se retorció de dolor y grito por unos segundos con sus últimas
fuerzas. Arlen comenzó a apilar todo lo que pudiera incendiarse para alimentar
la hoguera. Cuando las flamas habían alcanzado furor suficiente, cerró tras de
sí la puerta abandonando su antigua morada junto con el inmundo cadáver y sus
dolorosos recuerdos.
Caminó
hasta el final de la cuadra, llegó al lote baldío, saltó con agilidad la cerca
y continuó su camino en línea recta perdiéndose en la espesura del bosque hasta
donde el misterioso ente la esperaba impaciente.
*
Las
horas seguían pasando y Molly aún no lograba conciliar el sueño. Llevaba
algunas horas intentando dormir, se sentía exhausta, pero no lo lograba. Había
tomado algunos calmantes, daba vueltas y vueltas en la cama, trataba de leer
para despejarse, pero nada le estaba ayudando. Sabía que su amiga estaba allá
afuera, en alguna parte, que posiblemente tenía miedo y frío y se sentía
demasiado culpable por haberla dejado sola cuando más lo necesitaba. Cada
cierto tiempo miraba por su ventana, esperando que su querida amiga apareciera
en la puerta.
Un
escalofrío recorrió su cuerpo. Observó el reloj en la mesa de noche. 3:05 a.m. Cerró
los ojos de nuevo y el escalofrío volvió a recorrerle. Miró por su ventana y
allí estaba ella. Quiso correr a abrirle y abrazarle, pero un impulso intuitivo
la detuvo. La observó de nuevo detenidamente y entonces entendió el motivo de
aquel horrible escalofrío: aunque su amiga se encontraba situada frente a su
acera, sus pies estaban algunos centímetros sobre el nivel del suelo. Las luces
comenzaron a parpadear y Molly, totalmente aterrada tomó el teléfono para pedir
ayuda, observó nuevamente por la ventana y su amiga había desaparecido, suspiró
con alivio pensando que el cansancio le estaba afectando, volteó hacia su cama
y quedó petrificada al encontrar a Arlen en frente, dentro de su habitación aun
cuando todas las puertas permanecían cerradas. Seguía separada del suelo, con
su cabeza inclinada ligeramente hacia la izquierda y los ojos totalmente negros.
La ropa estaba rota y sucia y su piel muy lastimada.
Aterrada,
trató de marcar a emergencias y observó que la pantalla de su móvil parpadeaba
y no respondía. Sintió una gran presión en el pecho que la asfixiaba mientras
la atmósfera del cuarto se tornaba densa y depresiva. Arlen se lanzó sobre ella
y fácilmente la dominó atándola a la cama. Molly trataba de gritar, pero su voz
no respondía. Algunas veces había experimentado algo similar durante una
parálisis del sueño, pero nunca tan intenso.
Las
luces de la habitación disminuyeron de pronto, y luego la intensidad de las
mismas aumentó hasta hacerlas estallar; el aire comenzaba a circular levantando
todo a su paso, y en medio del repentino vendaval se encontraba Molly, atada a
su cama, y sobre ella Arlen, sosteniendo un afilado cuchillo mientras repetía las
oraciones escritas en el papel que había encontrado en la biblioteca.
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