Visita inesperada

El sol matutino comenzaba a calentar cuando Leticia cerró el portón de la escuela. Era un caluroso día de mayo y las chicharras comenzaban su incansable canto. El reloj marcaba las 7:05 a.m., y juntando a todos los niños formando una fila india, los condujo hacia su salón de clases.Era un día normal, un día tranquilo como cualquier otro. Acomodó a sus niños en media luna y les puso una película educativa mientras iba a su oficina a digitar una nota para los padres de familia. Todo iba bien, los pequeños se encontraban absortos en la pantalla y se escuchaban carcajadas de vez en cuando.

-¿Niña?- Escuchó una voz llamándole, volteó y no vio nada. -¿Niña?- escuchó nuevamente. Se levanto de su asiento y fue al aula por si alguno de sus niños le necesitaba, pero todos estaban muy entretenidos con la película. Los contó rápidamente. Estaban todos. Volvió a su asiento y continuó con lo que estaba haciendo. -¿Niña?- Escuchó por tercera vez. Volteó y de nuevo, no vio nada. De pronto, un inusual silencio alertó a la docente de que algo ocurría. Caminó de prisa hacia el salón y notó a todos los niños muy callados mirando fijamente hacia la ventana, y junto a ella, un niño que no había visto nunca: Era sumamente pálido, con el cabello negro, largo y andrajoso, que cubría casi toda su cara; una criatura muy descuidada y al parecer desnutrida. No se explicaba como había llegado ahí, pues todo estaba cerrado y la ventana junto a la que estaba de pie había permanecido sellada por años.

Comenzó a acercarse lentamente mientras los niños continuaban mirando fijamente sin apartar la mirada. -¿Cómo te llamas? No te había visto antes..- pero el niño no se movió un centímetro, mientras la inquieta maestra continuaba su camino hacia la pequeña criatura.
Estando a escasos dos metros, se agachó para estar a su altura, le dirigió una mirada tierna y le preguntó nuevamente por su nombre; pero nuevamente no obtuvo respuesta alguna. Se acercó un poco más y el niño levantó su rostro. Algo la hizo detenerse en ese instante, e instintivamente, comenzó a retroceder, extendiendo sus brazos, como intentando proteger a sus niños. Volteó un instante para ver como estaban y descubrió que todos se encontraban cerca de la puerta, apuñados cuan corderos, hizo una señal y lentamente todos fueron abandonando el salón. Volteó nuevamente y el niño seguía ahí, viéndola fijamente, Un ojo rojo, el otro negro y una expresión sumamente lúgubre que tornaban aún más pesado el ambiente del salón. Respiró profundamente, tomó en su mano la medalla de San Benito que colgaba de su cuello, trató nuevamente de hablarle y pudo ver su aliento al proferir la primera palabra. Notó entonces que la temperatura en la habitación había descendido súbitamente. Miró nuevamente al niño y su expresión había cambiado por una de extrema preocupación. El niño levantó su mano lentamente y señaló a la espalda de la docente. Leticia volteó y vio una enorme sombra detrás de ella. Presa del pánico, intentó incorporarse y salir huyendo, pero sus piernas estaban entumecidas por el frío, perdió el equilibrio y se golpeó la cabeza con una silla antes de perder el conocimiento.
Despertó en la clínica con su cabeza vendada, su esposo estaba dormido a su lado acompañándola. Sintió la temperatura descender nuevamente y un intenso dolor en su vientre; levantó la bata y tenía una cicatriz de quemadura con la forma de una pequeña mano. Dirigió su vista en dirección a la ahora empañada ventana y observó una palma dibujada sobre el frío, mientras unas inquietantes risas que venían de afuera se iban alejando.

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